Transporte y reapertura económica
Un hecho es cierto. Y es que la
vuelta a las ocupaciones de generación de bienes y prestación de servicios debe
ir acompañada de la apertura del rubro del transporte.
Con
demora y sólo después de revisar los números que reflejan el estado de una
economía en proceso de destrucción, se ha anunciado que la próxima semana
avanzaremos a la siguiente etapa de la apertura inteligente.
Tarde se han dado cuenta las autoridades del
país que nos encaminamos hacia una hecatombe si las empresas de la economía
formal y los negocios emprendidos por cuenta propia permanecen con sus puertas
cerradas.
La
reactivación de las actividades permitirá aliviar el golpe propinado al aparato
económico y a la malla social de Honduras. El encierro ha dejado pérdidas por
encima de los 100,000 millones de lempiras y se estima que el Producto Interno
Bruto ha retrocedido entre ocho y diez por ciento, en camino directo a la
recesión.
La transición de la etapa cero a la fase
uno de la nueva normalidad abre la esperanza de rescatar de su fallecimiento al
menos 300,000 empleos que son la fuente de sustento de centenares de miles de
familias que ya no se hundirán en la pobreza extrema si salimos del confinamiento.
El retorno progresivo a los quehaceres
económicos también proporciona una salida ante el descalabro en que han caído
las finanzas públicas por el derrumbe de los ingresos tributarios, el desplome
de las exportaciones y otros factores adversos.
Un hecho es cierto. Y es que la vuelta a
las ocupaciones de generación de bienes y prestación de servicios debe ir
acompañada de la apertura del rubro del transporte. Sin la circulación de los
autobuses y de los taxis no será posible dar marcha al plan de reintegro
paulatino de los empleados en sus labores.
No se puede pedir a las empresas,
industrias y pequeños emprendimientos que carguen con el financiamiento del
traslado de sus colaboradores en las circunstancias difíciles por las que
atraviesan.
Se suponía que a inicios de junio se
ejecutaría un plan piloto en el que participaría un segmento de taxis en la
capital y un sector de pequeños autobuses en San Pedro Sula. Al final este
ensayo no pasó de quedar plasmado en el papel.
Los transportistas han protestado en las
principales ciudades del país. Arguyen que están en la lipidia como resultado
de más de cuatro meses de inactividad y de esfuerzos infructuosos para que el
Gobierno autorice la circulación de sus unidades dentro de los protocolos de
bioseguridad indicados.
Más allá del otorgamiento de un bono que
todavía no llega a la totalidad de sus beneficiarios, los transportistas
–ciertamente- han estado desprotegidos en esta emergencia.
Se les ha marginado del proyecto de
reapertura inteligente de la economía y no se les ha permitido discutir temas
espinosos como la reducción en el número de pasajeros que tendrían que
trasladar para evitar el contagio masivo por el nuevo virus, los costos de
operación y la cobertura de su servicio en nuevos bloques de horas y días,
igual como otras limitaciones relacionadas.
Estamos conscientes que el reto es
monumental. Ni los usuarios ni los obreros del transporte han sido muy dados a
una observación rigurosa de las normas. Su inclinación ha sido hacia el tumulto
en sus diversas expresiones.
La reactivación de la economía, sin
embargo, impone un cambio radical en todas las costumbres y prácticas que ahora
resultan inconcebibles frente al ataque devastador del covid.
La fórmula salomónica en esta etapa
reservada en la que nos encontramos descansa sobre la reconstrucción de la
economía y el restablecimiento de la capa social de nuestra Honduras para
evitar que el país se derrumbe.
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